El esqueleto de los chopos se levanta en la montaña
y las hojas del otoño, jugueteando con el viento,
se agazapan engarzadas en las zarzas.
El invierno, con su paso oscuro y lento,
va dejando copos blancos en las copas de los arboles
y en el agua, congelada en los remansos de los ríos
se amontona, en tonos ocres, la hojarasca corrompida por la muerte.
A lo lejos, el silbido solitario de las parcas,
avanza solo entre el crujido creciente de la escarcha
adherida a los desnudos esqueletos de los chopos.
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