martes, 1 de junio de 2010

EFRAIN PEREZ BALLESTEROS

EFRAIN PEREZ BALLESTEROS
Para casi todos los que nos dedicamos a la escritura, la memoria se convierte en el génesis de la fantasía, en el inicio impredecible de un largo viaje hacia la ficción. La memoria, los recuerdos, el mito, las invenciones, el tiempo y el que hacer diario se mezclan en la literatura de una manera tal que, traspasando el mundo de la realidad, lo recordado se transpone en lo soñado: Al mirar los cuadros de Efraín Pérez nos asalta de pronto la sensación de que nos encontramos ante la narración de un paisaje descrito por Faulkner o por García Márquez. Un ejemplo de lo que afirmamos lo encontramos en el Francés Javier Marimier, quien al describir una tormenta en los Andes escribió:" Hay tempestades que pueden durar hasta cinco meses. Quienes no hayan visto esas tormentas no podrán formarse una idea de la violencia con que se desarrollan. Durante horas enteras los relámpagos se suceden a manera de cascadas de sangre, rápidamente la atmósfera tiembla bajo la sacudida continua de los truenos, cuyos estampidos repercuten en la inmensidad de la montaña. Pocos de nosotros viven con tanta intensidad como para nunca sentir nostalgia de aquel reino Saturnino al que Virgilio, Shakespeare, Rafael o Claude pueden llevarnos en volandas.

Me he planteado la pregunta obligatoria, al mirar con detenimiento la obra pictórica de de Efraín, de si, ¿pinta un cuadro o nos narra una historia? Y la verdad se disuelve al comprender que él pretende narrar una historia, sujetarla estrictamente a la realidad de lo vivido, pero que, con más frecuencia de lo que él quisiera, naufraga para contento nuestro, en el mundo iridiscente del color, que es en suma un simulacro de lo recordado convertido, gracias al arte, en el espectáculo de la naturaleza eternizada.

Se da la especial circunstancia de que la obra de Efraín Pérez se desarrolla en latitudes diferentes de acuerdo a sus querencias y añoranzas; cuando esta en España, en las Islas Baleares, sus recuerdos y su pincel se inclinan por los paisajes de su infancia en tierras Boyacenses y, cuando viene a Colombia, tras sus ancestros, le persiguen los demonios mallorquines volcando toda la fuerza de su creación en ese otro mundo que le atenaza el corazón donde ha visto crecer a sus hijos y descansa en el regazo de lo que mas ama.

No pretendo hacer de critico de arte, lejos de mi tamaño desliz, solo pretendo glosar de modo sucinto esta exposición, más por la amistad que nos une y por el interés común por las artes y las letras, que por elaborar una apología de su obra. Ella por si sola sabrá hacerse un lugar en la memoria de quien la vea por la inquietud sembrada por la plasticidad de sus imágenes. El arte, como la literatura, nos acercan a una realidad sublime: Al niño que llevamos dentro, que va siempre en busca del amigo invisible, que no es una fantasmagoría malsana sino el glorioso descubrimiento de una mente que aprende a ejercitar todas sus facultades. Seguramente es ése el momento, misterioso y eterno, en que nace un nuevo artista.

Carlos Herrera Rozo.