jueves, 28 de diciembre de 2006

N O C T U R N O D E L A M U E R T E


Ardo, ardo como las ascuas
por todas partes.
Mi lumbre no se apaga
y no serán mis cenizas
las que se lleve el temporal del tiempo.
Mi voz se eleva sobre un ruido
de metales herrumbrosos,
de profundos silencios
y olvidos siderales.
El cuerpo, derruido por la inercia,
sometido por la niebla y la distancia
renace en los recuerdos de otros días,
entre presencias largamente presentidas
que arrastran secretos y destinos
de viejas batallas y amoríos
y advertencias que surgen de la nada
aturdiendo la conciencia:
Señalan la proximidad de la extinción
con el vano triunfo de la rosa de la muerte.
Son recuerdos sin voz,
espíritus de la materia inerte
heridos por el paso sigiloso de la muerte.
El fuego de la vida no se apaga,
arden las ascuas,
ígneo rescoldo de impotencias
que no sabe precisar la distancia
que va de la simiente a la flor
y de la flor al fruto,
hundiendo la existencia en el misterio.
Es el azul mañana,
el mundo preñado de esperanzas,
el amor que enaltece las criaturas
con deseos, aspiraciones y aventuras;
llagas, sangre y desventuras.
Arrebato incansable de las brazas
atizadas por el río hostil de la conciencia
y por el tortuoso ir y venir del universo.
Por el constante inquirir y no tener respuestas
y tornar cada mañana,
con la luz de la aurora por testigo,
arrancándole al alma una respuesta
que se repite, incansable, en una sucesión de espejos...
Y, El, mientras tanto, viviendo en el empíreo,
en el majestuoso silencio de los Dioses.
Y al final de tantas luchas y batallas,
levar anclas,
en un vuelo sin música de alas
al país del silencio y el olvido
a donde la vida no es vida,
ni el sueño es sueño,
ni las muerte es muerte
porque siempre estará lista la simiente
a caer en la tierra
y dar nueva vida a la esperanza,
mientras los otros,
dejamos los despojos en su seno...


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