domingo, 10 de diciembre de 2006

Carmen

Vienes, como todos venimos,
de las profundas simas del tiempo,
abierta a la humanidad,
como la luz de la aurora,
condenando a las tinieblas
la negra noche de hastío.
Traes el alma plena
del profundo azul de las selvas
y los sabios consejos
de los viejos olivos.
Traes en tu mirada
la humildad de las violetas
y una orquídea majestuosa
de sencillez envidiada
en tu frente despejada.
La belleza te acompaña,
tus ojos de luz la irradian:
Tu mirada penetrante
mas allá de lo que miras,
escruta, inquiere, investiga
la fabulosa leyenda
que gira oculta en los cielos
y el jardín maravilloso
de flores y almas a mil
que acampan sobre la tierra.
Tu risa clara es el agua
cantando por las veredas,
recogiendo los lamentos,
odios, secretos, amores
de la humanidad entera.
La rosa roja en tu pecho,
la lira en tu corazón
y una vidriera en tu alma
que ilumina la razón.
comprenderás que la vida
es un camino de abrojos
que ha de recorrerse descalzo,
con la frente levantada,
dejando impresas las huellas
con las carnes desgarradas,
acariciando con ellas,
-oración a las estrellas-
el fresco humus de la tierra.
Se hace camino al andar
a pesar de las montañas,
de los muros sin puertas ni ventanas
que levantan los hombres,
de chatas odres y visión escasa,
para impedir el horizonte abierto
a las almas libres...
Mas no te detengas,
siempre hallaras reposo para meditar,
posada para descansar,
y como el Quijote,
pronta, con la adarga y el venablo mental listo,
derribaras los muros,
se abrirán puertas y ventanas,
cruzaras los puertos de la esperanza
y encontraras en tu espíritu y en los libros
el horizonte abierto.

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